sábado, 10 de septiembre de 2016

Cultura y espectáculos

PIANISTA DE RECONOCIDO PRESTIGIO INTERNACIONAL SE PASA EL CONCIERTO RECOLOCANDO LA SILLA


Los pianistas son muy exigentes. Si no hallan el acomodo
perfecto no darán el espectáculo que corresponde a su talla




No se hallaba a gusto en ninguna postura

Solo tuvo tiempo para una sonata y de pie

El público recibirá un CD con una actuación del artista en otro sitio







El esperadísimo concierto del gran pianista Igor  Tzopenko no ha podido tener lugar al no haber hallado un acomodo perfecto durante las dos horas que previsiblemente duraba el espectáculo. Igor, el virtuoso de Riga, el mago de las teclas, empezó el concierto con muy buena intención y dispuesto a dar un recital de categoría, de esos suyos que encandilan al personal y hacen que sigas queriendo más y más, y una canción y después otra. Pero nada más situarse junto al piano y en un intento de ajustar meticulosamente el taburete a la distancia perfecta, arrastró varias veces la silla por el suelo, desplazándola del parqué en un vano intento de conseguir la angulación perfecta para su equilibrada talla de pianista. Pero por más que lo intentaba, la posición idónea no acababa de hallarse, mientras el parqué del auditorio quedaba hecho girones por unas patas que, incomprensiblemente, no tenían deslizadores de protección, haciendo además un ruido enorme y grimoso que horrorizaba al público de las primeras filas, justo los que más habían pagado por escucharle.

Ninguno de los asientos que le ofrecieron se ajustaba a las rigurosas
especificaciones que reclamaba el artista

El taburete no acababa de estar en la posición adecuada a gusto del excelso músico y, para colmo, la manivela de la altura tampoco rulaba con la suficiente precisión, de modo que el músico subía y bajaba una y otra vez sin encontrar la elevación  precisa e incluso en una ocasión estuvo a punto de caerse. Para colmo, la manivela emitía también un chirrido grimoso, como puerta de mazmorra, y aunque varios técnicos acudieron en auxilio del artista, haciendo fuerza al unísono e incluso alguno ayudándose de unos  buenos martillazos, ninguno pudo colocar al artista en  la altura conveniente para la correcta angulación de brazos, precisados siempre de una óptima conjunción con el instrumento.

En un momento dado se optó por el cambio de taburete, solución que habría de habérsele ocurrido a alguien mucho antes, pero aquello fue mucho peor, porque el nuevo taburete estaba más viejo y gastado y tenía un desnivel en el asiento, de modo que el músico estaba inclinado todo el tiempo, bien para un lado, bien para el otro, y eso que el extraordinario concertista dijo en un momento dado que ya estaba bien y que empezaba a tocar, pero no bien sonaron los primeros acordes del Claro de Luna de Debusy cuando el músico se fue deslizando ligera pero decididamente a su izquierda, de modo que en un momento dado quiso tocar una tecla de las agudas y se vio que el pobre no llegaba.

A veces el artista no halla el acomodo perfecto para
acometer la ejecución con la solvencia precisa

Volvieron a colocar el taburete original, que al menos estaba bien nivelado y el artista no se vencía de ningún lado, pero con éste no acababa de acomodarse y siguió insistiendo un buen rato, corriéndolo de aquí para allá y rallando más el parqué. Haría falta otro taburete, pero el problema surgió cuando se comprobó que el auditorio no disponía de más taburete acorde a las características del artista. Había unos taburetes en atrezzo, sí, pero muy pequeñitos,  que probó una vez, pero imposible de tocar con ellos en condiciones.

Finalmente le sacaron otro asiento distinto, un sillón de orejas, lo que el público festejó con una gran ovación, pero a pesar de la extraordinaria comodidad del asiento, forrado en terciopelo malva, el artista dijo que no se hallaba a gusto porque se hundía demasiado y apenas llegaba con las manos al teclado. Para leer y ver la tele sí, explicó el genio de Kiev, pero para tocar el piano, ni hablar.

Definitivamente fue colocado el taburete inicial, que el artista se empeñó de nuevo en acomodar una y otra vez a la distancia y altura adecuadas, con poco éxito. Por lo avanzado de la hora, el músico puso fin al concierto ejecutando de pie la sonata “Alla turca” de Mozart, aunque se le había dormido una pierna y la pieza no quedó muy allá. Luego se despidió de su querido público con un emocionado beso que lanzó al patio de butacas, lo que fue recibido con una gran ovación.
No colocarse a la distancia perfecta hace que la
calidad pianística se resienta sensiblemente


La dirección del auditorio regalará al desencantado público un compac del artista con unas grabaciones muy buenas de un concierto que dio en otro sitio.

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