PIANISTA DE RECONOCIDO PRESTIGIO INTERNACIONAL SE PASA EL
CONCIERTO RECOLOCANDO LA SILLA
Los pianistas son muy exigentes. Si no hallan el acomodo perfecto no darán el espectáculo que corresponde a su talla |
No se hallaba a gusto en ninguna postura
Solo tuvo tiempo para una sonata y de pie
El público recibirá un CD con una actuación del artista en
otro sitio
El esperadísimo concierto del gran pianista Igor Tzopenko no ha podido tener lugar al no haber hallado un acomodo perfecto durante las dos horas que previsiblemente duraba el espectáculo. Igor, el virtuoso de Riga, el mago de las teclas, empezó el concierto con muy buena intención y dispuesto a dar un recital de categoría, de esos suyos que encandilan al personal y hacen que sigas queriendo más y más, y una canción y después otra. Pero nada más situarse junto al piano y en un intento de ajustar meticulosamente el taburete a la distancia perfecta, arrastró varias veces la silla por el suelo, desplazándola del parqué en un vano intento de conseguir la angulación perfecta para su equilibrada talla de pianista. Pero por más que lo intentaba, la posición idónea no acababa de hallarse, mientras el parqué del auditorio quedaba hecho girones por unas patas que, incomprensiblemente, no tenían deslizadores de protección, haciendo además un ruido enorme y grimoso que horrorizaba al público de las primeras filas, justo los que más habían pagado por escucharle.
Ninguno de los asientos que le ofrecieron se ajustaba a las rigurosas especificaciones que reclamaba el artista |
El taburete no acababa de estar en la posición adecuada a
gusto del excelso músico y, para colmo, la manivela de la altura tampoco rulaba
con la suficiente precisión, de modo que el músico subía y bajaba una y otra
vez sin encontrar la elevación precisa e
incluso en una ocasión estuvo a punto de caerse. Para colmo, la manivela emitía
también un chirrido grimoso, como puerta de mazmorra, y aunque varios técnicos
acudieron en auxilio del artista, haciendo fuerza al unísono e incluso alguno
ayudándose de unos buenos martillazos, ninguno
pudo colocar al artista en la altura
conveniente para la correcta angulación de brazos, precisados siempre de
una óptima conjunción con el instrumento.
En un momento dado se optó por el cambio de taburete,
solución que habría de habérsele ocurrido a alguien mucho antes, pero aquello
fue mucho peor, porque el nuevo taburete estaba más viejo y gastado y tenía un
desnivel en el asiento, de modo que el músico estaba inclinado todo el tiempo,
bien para un lado, bien para el otro, y eso que el extraordinario concertista
dijo en un momento dado que ya estaba bien y que empezaba a tocar, pero no bien
sonaron los primeros acordes del Claro de Luna de Debusy cuando el músico se
fue deslizando ligera pero decididamente a su izquierda, de modo que en un momento
dado quiso tocar una tecla de las agudas y se vio que el pobre no llegaba.
A veces el artista no halla el acomodo perfecto para acometer la ejecución con la solvencia precisa |
Volvieron a colocar el taburete original, que al menos estaba
bien nivelado y el artista no se vencía de ningún lado, pero con éste no
acababa de acomodarse y siguió insistiendo un buen rato, corriéndolo de aquí
para allá y rallando más el parqué. Haría falta otro taburete, pero el problema
surgió cuando se comprobó que el auditorio no disponía de más taburete acorde a
las características del artista. Había unos taburetes en atrezzo, sí, pero muy
pequeñitos, que probó una vez, pero
imposible de tocar con ellos en condiciones.
Finalmente le sacaron otro asiento distinto, un sillón de orejas, lo que
el público festejó con una gran ovación, pero a pesar de la extraordinaria
comodidad del asiento, forrado en terciopelo malva, el artista dijo que no se
hallaba a gusto porque se hundía demasiado y apenas llegaba con las manos al
teclado. Para leer y ver la tele sí, explicó el genio de Kiev, pero para tocar el
piano, ni hablar.
Definitivamente fue colocado el taburete inicial, que el
artista se empeñó de nuevo en acomodar una y otra vez a la distancia y altura adecuadas, con poco éxito. Por lo avanzado de la hora, el músico puso fin al
concierto ejecutando de pie la sonata “Alla turca” de Mozart, aunque se le
había dormido una pierna y la pieza no quedó muy allá. Luego se despidió de su querido público
con un emocionado beso que lanzó al patio de butacas, lo que fue recibido con una gran
ovación.
No colocarse a la distancia perfecta hace que la calidad pianística se resienta sensiblemente |
La dirección del auditorio regalará al desencantado público un
compac del artista con unas grabaciones muy buenas de un concierto que dio en
otro sitio.
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